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Hay una sonrisa que te llena el alma,
con una melodía de tonos dulces,
es una sonrisa de ojitos brillosos como bolitas encantadas y manitos calientes,
como el amor que sientes pulsar por las venas al recibirla.
Una sonrisa a veces de pilluelo,
otras de compinche,
siempre grata, linda, fresca, única y embriagadora.
Esa sonrisa es la de mi niño,
que salta jugando divertido
aguardando feliz tu reacción.
Que estira sus dedos de abanico
para que lo veas en acción
y tú sólo quieres conseguir más amor para darle,
para poder responderle su gesto tierno,
para poder merecer cuidar sus sueños y su aliento
y llevarlo de la mano por la vida
hasta que madure en él su propio tiempo
o hasta cuando no puedan más tus propias fuerzas
al abandonar tu actual elemento
y pretendas entonces cuidarlo en el silencio,
en lo invisible de las almas
o en lo callado de un soplo de viento.
Transmutado en espíritu protector
o en abrazo o en cariño o en sostén eterno.
Esa sonrisa es la de mi hijo,
mi muchacho, mi alimento.
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